Salir de la clausura - Massimo Recalcati (Traducción)

 



"¿Qué es una salida?, ¿qué puede ser una salida ahí mismo donde no hay ningún afuera, ningún otro lugar? No se trata de escapar de la clausura sino de cómo escapar en la clausura misma.

[...] La única salida posible a la imposibilidad de huir es la transformación."


― Catherine Malabou 

"El conformismo ha prevalecido sobre la creación, la institucionalización sobre la investigación, el dogmatismo sobre la interrogación, el lenguaje esclerotizado del código sobre el esfuerzo singular de poesía que siempre debe acompañar el lenguaje del Psicoanálisis.
[...] Leer a Fachinelli hoy, ofrece una serie notable de ideas y categorías para comprender la tentación humana por el muro, por la defensa fascista y xenófoba de sus fronteras identitarias 
[...] La ciudad, al igual que la institución psicoanalítica, necesita el aire del mar. No del mar reducido a cementerio -como ocurre en esta terrible temporada en nuestro Mediterráneo- sino del mar como fuerza que mantiene la vida abierta a la vida."

―  Massimo Recalcati

La cita de Catherine Malabou la agregué porque al momento de estar leyendo a Recalcati me vinieron a la mente estas líneas mismas que pueden encontrar en su libro "La plasticidad en espera" (pag. 8). Gracias a Luisa de Risio por recomendarme leer el trabajo de Elvio Fachinelli. 

I. La madera y el fuego

La pareja antinómica apertura—cierre en la obra de Elvio Fachinelli, tiene probablemente la misma importancia que tienen en Freud las categorías de Eros y Thanatos, en Lacan las de deseo y goce, o en Deleuze y Guattari las de molar y molecular, de esquizofrenia y paranoia. Se trata de una pareja crucial que no se limita a describir el movimiento propio del sujeto del inconsciente en el tiempo del latido, del corte, de la pulsación, precisamente entre cierre y apertura –como sucede en Lacan–, sino que articula todo el léxico teórico de Fachinelli. 

Se podría reconstruir, de hecho, sencillamente aunque de manera general, el itinerario conceptual del psicoanalista italiano a través de esta antinomia. Del lado cerrado tendríamos entonces términos como: Edipo, defensa, respuesta, inmovilidad, muro, necesidad, confirmación, sectarización, reduccionismo, continuidad, religión, réplica, repetición, exégesis. Mientras que del lado abierto tendríamos, como una serie alternativa pero especular a la primera, términos como: femenino, alegría, pregunta, movimiento, mar, deseo, acogida, comunión, "aduzzionismo", discontinuidad, mística, sorpresa, recuperación, éxtasis. No obstante, esta clasificación sumaria y antinómica de los principales términos fachinellianos revela un punto de anudamiento decisivo en torno a la figura bífida de la repetición.



De hecho, es alrededor de este término que se juega la partida más candente del Psicoanálisis. Si la pregunta filosófica por excelencia se refiere a la relación entre el ser y la nada, la pregunta psicoanalítica invierte de arriba a abajo la relación entre repetición y transformación. ¿Es posible escapar al poder inexorable de la repetición (wiederholung)? ¿Es posible no quedar fijados, aplastados, petrificados por este poder? Si el Psicoanálisis quiere tener sentido, debe lograr hacer posible, si no la liberación completa de la repetición, al menos su transformación singular al servicio de la vida, de su enriquecimiento y su apertura. Así que, ¿es el Psicoanálisis una práctica simbólica capaz de liberar la existencia del ´peso más grande´ como diría Nietzsche, del peso inexorable de la repetición de aquello que Jung llamaba ´peso del ayer´?

No es casualidad que este sea una de los temas más queridos para Fachinelli: ¿cómo generar lo nuevo? ¿cómo salir del cerrado del Mismo?, ¿cómo no quedar atrapados por el carácter implacable del tiempo congelado de la repetición, por la obstinada tendencia de la subjetividad humana al cerrado? Una cuestión que afecta inmediatamente a la naturaleza misma del inconsciente. ¿Debemos conformarnos con pensar el inconsciente en el pasado, como una huella mnémica, un recuerdo infantil reprimido, siguiendo la trayectoria principal de la enseñanza freudiana y según lo quiere la razón psicoanalítica más ortodoxa? ¿O podemos pensar el inconsciente de acuerdo con otra temporalidad? ¿Ya no al pasado, sino hacia el futuro?

Si Lacan ha intentando responder a estas preguntas desvinculando (disgiungendo) la transferencia y la repetición, es decir, separando el carácter inexorable y necesario de la repetición de la contingencia del encuentro (amoroso) de la transferencia, para Fachinelli se trata de explorar el propio concepto de repetición con el fin de mostrar su naturaleza internamente bifurcada (sdoppiata). En otras palabras, él distingue dos versiones de la repetición, que no duda en calificar éticamente como el "lado malo" y el "lado bueno" de la repetición. Obviamente no se trata de un sentido moralista, a lo cual esta definición se podría prestar a equívocos, sino en el sentido deleuziano "productivo". Existe, de hecho, una repetición improductiva (estéril) y una repetición productiva (generativa); una repetición que activa monótonamente solo la reproducción de los Mismo y una repetición que produce la diferencia de lo nuevo; una repetición cerrada sobre sí misma que da lugar a un inevitable reduccionismo y una repetición abierta que des-articula todo reduccionismo y que Fachinelli define con el término de "recuperación/reanudamiento". En este caso, la repetición no se reduce a la reproducción de lo Mismo -es el drama de la neurosis: el sujeto no se libera de la ´coacción de repetir´ que anima su propio fantasma inconsciente-, sino que genera un excedente, una abundancia que escapa al paradójico movimiento inmóvil de la repetición.

Para definir este segundo tipo de repetición -en contraposición a su versión reduccionista: la contingencia ilimitada del mundo se reduce a la repetición de lo Mismo según una necesidad coercitiva-, Fachinelli utiliza el término quizás un tanto peculiar de "adduzionismo". En juego está la posibilidad de liberarse del causalismo o, si se prefiere, del determinismo reduccionista de la repetición. Fachinelli lo afirma con fuerza de diversas maneras, por ejemplo, cuando nos recuerda que la belleza del fuego no puede reducirse a la combustión de la madera, aunque se derive de esa combustión.

Entre la madera que se consume al arder y la belleza del fuego hay un salto, un excedente, una desproporción, una exorbitancia irreducible, ya que ´la madera para arder no explica por sí misma el desatarse del fuego´. Todo trabajo de Fachinelli se podría definir como el intento de ampliar la brecha que separa la madera del fuego, de no reducir de ninguna manera la fuerza del fuego al determinismo fisicalista de la combustión, de preservar la discontinuidad interna a la ley que establece un vínculo de pura necesidad natural entre una causa y su efecto. En este camino, su paso se encuentra en la misma senda que el de Lacan. Véase, por ejemplo, la distinción propuesta por el psicoanalista francés entre ´ley´y ´causa, donde la ley establece un vínculo necesario entre una causa y sus efectos. Es el plano determinista de la ley física: entre la causa y su efecto existe una continuidad que no deja espacio para la sorpresa. Por ejemplo, en términos clínicos, la impronta contingente que un trauma sedimenta en el sujeto desencadena un movimiento necesario de repetición que vincula a ese sujeto con el evento traumático. Es la figura aristotélica del automaton. De manera diferente, la noción psicoanalítica de causa muestra la existencia de una discontinuidad que desvincula la causa de sus efectos, introduciendo entre estos dos planos una hendidura, una ruptura, un tropiezo, que impide que la causa desencadene la inexorabilidad de una causa natural. Entre la causa y el efecto no hay la inexorabilidad de la repetición, sino un punto de fallo. Es la figura aristotélica de la tyche que trasciende todo determinismo y que introduce la temporalidad des-fasada del inconsciente.

“El tropiezo, la falla, la hendidura. En una frase pronunciada, escrita, algo tropieza. Freud es atraído por estos fenómenos, y es allí donde busca el inconsciente. Allí algo más pide realizarse, algo que aparece, ciertamente, como intencional, pero con una extraña temporalidad. Lo que se produce en esta grieta, en el sentido pleno de la palabra producirse, se presenta como el hallazgo. Así es como la exploración freudiana se encuentra por primera vez con lo que sucede en el inconsciente.”

La repetición no es sólo una necesidad inexorable, sino que también puede tomar la forma de un hallazgo. Ese sutil espacio de juego que Fachinelli busca abrir entre la causa y su efecto, entre la madera y el fuego. Para Lacan, es ese espacio de juego en el cual emerge el sujeto mismo del inconsciente, no como autómata, sino como tyche, encuentro, precisamente un hallazgo.

II. Un ejemplo clínico

Frente al fracaso de la inmovilidad de la repetición que congela el tiempo en un eterno retorno de lo mismo, con la noción de "recuperación/reanudación" (ripresa) Fachinelli quiere indicar una configuración diferente del tiempo que no prohíbe el acontecimiento pero lo hace posible. No se trata de una repetición como una "réplica ciega" de lo ya hecho o de una experiencia anterior, sino como un intento de escapar de su espirar coercitiva, de "reabrir el juego". La recuperación/re-anudación es, por tanto, un recomienzo, una vuelta hacia el futuro, hacia lo que aún no ha sido, es de hecho, una re-apertura. Mientras que la replicación implica duplicación de lo Mismo sin movimiento alguno -es el carácter fenomenológicamente inmovilista de la repetición-, la recuperación/reanudamiento es un dinamismo que genera apertura; es su carácter progresivo y no regresivo. La repetición como recuperación/reanudamiento, escribe Fachinelli, es "prospectiva". Es la exorbitancia del fuego sobre la madera o del mar sobre la madre. Sería un error reduccionista de la razón psicoanalítica tradicional -de su simbolismo teórico- pensar que el mar podría ser el símbolo de la madre, reduciendo así la infinitud abierta del mar a la clausura originaria de la madre; en todo caso, la madre debería ser el símbolo del mar. (Wooooooooow!)

Día Mundial de los Océanos: una mirada pedagógica orientada al cuidado de  la casa común. - Universidad Católica del Maule
infinitud abierta del mar se opone al muro.

Lo que se repite en la recuperación/reanudación no se ha escrito ya, nunca se ha escrito. No es un estado ya sino un "no todavía". La reanudación implica que todo lo que ya se ha escrito sea reescrito, retomado precisamente, que entre en otro discurso, en un nuevo discurso. La espera no está dirigida al pasado, sino al futuro; se recupera para dar una nueva forma a lo que nunca ha tenido forma. Aquí es donde se juega la relación de Fachinelli con Freud; es en esta confrontación entre las dos diferentes almas de la repetición que se define el legado freudiano de Fachinelli. Si el “lado malo de la repetición” es el que anula cualquier margen de juego entre el ya estado y el aún no estado, en el sentido de que absorbe el aún no estado en el ya estado imponiendo el tiempo como pura “replicación” en el presente del pasado –es lo que Fachinelli define una “reproducción sin originalidad, un facsímil” –, la repetición “buena” es la que da lugar a una repetición singular de la propia repetición. El término “recuperación/reanudación” indica entonces: 

“Un reinicio abierto hacia adelante, modificatorio, como se habla de la reanudación de una comedia, de la reanudación de un motor, de un partido, de una carrera (en voga, la reanudación es cuando el remo, salido del agua, se mueve al aire antes de ser reblado)”.

Una variante de la “replicación” que también permanece en el surco del “lado malo de la repetición”, sería, también para Fachinelli, la “reducción” que implica la repetición del mismo según un principio de degradación regresiva del original. El amor por una mujer, por ejemplo, debe re-editar reductivamente el amor infantil por la madre.

La tarea clínica del Psicoanálisis sería favorecer la transición de una temporalidad bloqueada por la repetición a una temporalidad subjetiva en la reanudación singular de la repetición. La reanudación no es, de hecho, una simple alternativa exterior a la repetición, sino su giro interno; el sujeto no se limita a repetir lo que ya ha sido sino que lo retoma haciéndolo propio, no sufriendo la repetición sino introduciendo en la repetición la diferencia de su propia reanudación. En esta perspectiva, el movimiento de la repetición está siempre potencialmente abierto a la reanudación, en el sentido de que incluso la repetición más coactiva cada vez que se renueva ofrece al sujeto la oportunidad de “reabrir” la dimensión “cerrada” del “lado malo de la repetición”. Como si en la repetición se rehiciera el intento del sujeto de dar a la repetición otro destino posible, de abrir el cerrado de la repetición al aire libre de la toma. Es lo que también ocurre en el trauma. Sus efectos repetitivos no sólo siguen el guión de la repetición como replicación o como reducción, sino que también evocan la posibilidad de una reanudación, de un “reiniciar”. Incluso la repetición ciega del trauma -escribe Fachinelli - “representa intentos siempre renovados de reabrir un asunto que cada vez se cierra”.

En un ejemplo clínico eficaz, una de sus pacientes se encuentra atrapada por la espiral mortífera de la repetición. Acaba de ser dejada, como le ocurre constantemente en su relación con los hombres, por su pareja. Lleva un sueño al análisis: su compañero la está dejando mientras ella tira al suelo una llave a la que está atada una pequeña bola. Intenta perseguir la pelota junto con un amigo suyo en quien ella suele confiar. En la sesión asocia inmediatamente la imagen de la llave con la pelota a un “accidente” que le ocurrió a su padre veinte años antes. Dejado por su madre, parece haber “caído” por la ventana de un hotel. De niña recuerda que una pequeña pelota estaba atada a las llaves de la habitación de su padre. Por lo tanto, el padre había intentado suicidarse sin soportar el dolor del abandono. En el sueño es como si la paciente utilizara el mismo medio que su padre -el intento de suicidio- para alarmar y hacer correr hacia ella al hombre que la abandonó. El antiguo rastro del intento de suicidio del padre se renueva obligatoriamente bajo la presión de una nueva separación. Con la adición de que unos días antes del sueño, la paciente se había encontrado encerrada fuera de la puerta del analista. Para entrar tuvo que bajar al patio donde el analista le arrojaría las llaves. En el sueño, la presencia del amigo confidente alude, de hecho, a la del analista.

En el centro de este sueño está una identificación inconsciente de la mujer con su padre abandonado y la protesta -recurrente en la vida del padre y en la propia- contra el propio abandono. Es la repetición la que envuelve la vida de esta mujer haciéndole imposible el amor. Fachinelli en este caso se limita a notar cómo la implicación del analista -en el sueño y antes en el episodio ocurrido en la realidad- ofrece una nueva posibilidad a la repetición. La paradoja de la repetición se revela aquí plenamente; la repetición reactiva el Mismo (automaton) pero bajo transferencia, en el encuentro con el analista (tyche) esta repetición se lleva a la encrucijada que el análisis hace posible la “confirmación” o la “modificación”.

Sin embargo, el analista no siempre trabaja para abrir el camino de la reanudación. De hecho, la crítica de Fachinelli a la razón psicoanalítica ortodoxa encuentra aquí su motivo subyacente: en lugar de operar para abrir la repetición a una posible recuperación, el analista a menudo conlude con la demanda del paciente de eternizar la inmovilidad de la repetición. El cerrado prevalece entonces sobre el abierto y el propio análisis puede:

“Intervenir como el momento de un nuevo y duradero relleno (a veces incluso interminable), en el que el analista no se dará cuenta, excepto después de mucho tiempo, de que se ha jugado desde el principio, de ser él mismo el elemento más importante de la replicación”

III: La obsesiva pasión por lo cerrado

En la repetición, el sujeto puede encontrar refugio del gran aut aut (o esto o aquello) entre “dependencia” y “autonomía”. La inmovilidad, el retraso del tiempo del acto, pospone la reanudación hundiendo en la repetición o la reducción. Freud había puesto de relieve la existencia de un carácter regresivo-conservador de la pulsión, una verdadera pasión humana por lo cerrado. De hecho, el aparato psíquico gira en torno a dos movimientos primarios: la defensa contra las perturbaciones internas y externas y la tendencia a la evacuación. Lacan los nombra como la acción de “extensor” y “amortiguador”, pero sobre todo de “tamiz” y “descarga”. Se trata del impulso más fundamental: la existencia huye de lo abierto, busca refugio frente a lo ilimitado. Actúa defendiéndose de la existencia, erigiendo presas, barreras (schranke,schrank), piedras angulares. 

La neurosis obsesiva exaspera al máximo esta tendencia a la defensa organizada contra la contingencia de la existencia. Nos enfrentamos, como demuestra eficazmente Fachinelli en La flecha firme, a una “restricción del sujeto de la vida”. La maquinización moral de la vida del obsesivo se convierte en una forma de detener el tiempo, de inmovilizar la vida cadaverizándola. El impulso a llenar los vacíos, a cerrar anima la coacción a repetir del obsesivo que querría defenderse de la angustia ante lo ilimitado. Todos sus comportamientos persiguen el mismo propósito: confiar su existencia a un amo absoluto, a una instancia superior externa (Dios, una Causa, u otro) que pueda reiterar su confianza regresiva al Otro. El evento del mundo y su contingencia impredecible se aprovecha en una maquinación moral que garantiza la tenencia del sistema. Todo está regulado por una necesidad inexorable que anula tanto el paso del tiempo como cualquier otra forma de contingencia en nombre de una necesidad repetitiva que borra la posibilidad de la sorpresa. Más precisamente, la operación del obsesivo consiste en negar la alteridad del evento del mundo -por lo tanto la alteridad misma de la propia pulsión- sustituyendo a este evento “dos mundos” diferentes pero complementarios. Por un lado, el orden familiar, la pertenencia rígida a la propia procedencia; por otro lado, una ritualización procesal de la vida destinada a anular -a hacer que no haya ocurrido- la vida misma.

De este modo, el obsesivo encaja dos mundos diferentes entre sí. Escribe con precisión Fachinelli:

«El uno, en posición de subordinación, se mueve según reglas que nos son reconocibles, familiares; el otro, que en línea de tendencia prevalece, opera imperiosamente según procedimientos y dispositivos que, más aún por su extrañeza, nos golpean por una especie de lógica separada. Aquí hay una atrocidad abstracta, intelectual, como si el calor del organismo vivo se haya convertido en los patrones y escaneos de un congénito automático".

Al oscilar entre uno y otro de estos mundos, el obsesivo querría en realidad solidificar su propia existencia restándola al riesgo de lo abierto. Se trata en otras palabras de preservar la relación de pertenencia primaria con los que cuidaron en la primera infancia de él. Se trata de cerrarse en un rizo ante la angularidad del deseo y la alteridad del mundo porque todo intento de abrirse al evento del mundo se enfrenta a una relación de dependencia vital que marca sus relaciones con el Otro de la cura. Si se separara de este Otro provocaría su destrucción y con ella la suya propia. Por eso la repetición amorda la vida del obsesivo más que la de cualquier otra persona, estrechando el horizonte y petrificando su posición en el mundo. Más concretamente, el acontecimiento del mundo pierde su apertura para reducirse a una “la tablilla suspendida sobre dos abismos antitéticos”. Se trata de un doble peligro: por un lado – a un extremo de la tablilla – el peligro mortal de la autonomía, de la separación, del deseo; por otro sentido – al otro extremo de la tablilla – el de la dependencia, de la desaparición del yo, de la auto-aniquilación. En un caso en juego es la muerte del Otro; en otro caso en juego es la muerte del sujeto. Es la paradoja del burro de Buridano -evocado explícitamente por Fachinelli- que muere de hambre en medio de dos haces de heno sin poder decidir cuál de los dos comer. Indecidibilidad que es otra figura del cerrado, de la inmovilidad, de la repetición como réplica interminable; el movimiento desde el cerrado protector al aire libre corre el riesgo de precipitar al sujeto en el abismo de la angustia; el apego fusional a la omnipotencia del Otro de los cuidados implica en cambio la pérdida de la propia identidad. Estrecho entre estas dos opciones igualmente imposibles, el obsesivo elige el camino de la petrificación y la mortificación. De ahí la repetición inexorable que debe caracterizar su vida cada vez más parecida a la de una flecha firme.

IV. Pasión por lo abierto

¿Existe una alternativa a la pasión por lo cerrado, a la fobia defensiva al aire libre, a la inmovilidad de la repetición de la que la vida del obsesivo es, como hemos visto, un emblema? El problema no es para Fachinelli sólo clínico, sino también decididamente político. Tratar de pensar en lo abierto significa ante todo practicar y hacer pensables “relaciones de igualdad entre no iguales”, significa intentar pensar en la comunidad sin hipnosis, sin un perno identificador rígido, sin masificación, sin su reducción al fanatismo de la comunión.

La condición para una comunidad democrática de iguales no es la reciprocidad (mito incestuoso de una sociedad de hermanos donde “uno vale uno”; según Lacan lugar de la rivalidad imaginaria más obscena), sino la ausencia de reciprocidad, es decir, lo que Fachinelli define aquí como la igualdad entre los no iguales. Es decir, siguiendo a Jean-Luc Nancy, la condición de compartir que hace posible la vida de la comunidad como vida abierta es el reconocimiento de la existencia de lo indivisible; la condición de lo “común” es el reconocimiento de la ausencia de lo común (yo me pregunto ¿lo inmune?), de la imposibilidad de reducir la comunidad a la comunión. En el léxico de Fachinelli se trata, como veremos en breve, de la relación siempre conflictiva entre la tendencia a la sectarización y el impulso a la unión que caracteriza la vida de cada conjunto humano.

Se puede pensar que la experiencia del inconsciente como impulso al aire libre coincide con la de dar hospitalidad al extranjero. El propio Freud ha recurrido en varias ocasiones a esta imagen del inconsciente como un “extranjero interno”. Pero también como el excluido, la instancia que es rechazada, cerrada, eliminada o bifurcada, a la que no se le concede el derecho a hablar.

El simbolismo psicoanalítico a los ojos de Fachinelli es un ejemplo significativo de la dificultad de practicar esta hospitalidad que autoriza una práctica reduccionista de la interpretación; la madera no puede explicar el fuego al igual que la madre no puede explicar el mar. Pero el simbolismo psicoanalítico no es más que una forma de frenar el exceso anarquista del inconsciente, de segregarlo, de confinarlo. Esto supone que todo el código de la razón psicoanalítica clásica es en sí mismo una organización defensiva destinada a contener el impacto del encuentro con el carácter extraño y excedente del inconsciente. Se trata entonces de permanecer fieles a la primera intuición de Freud, a la idea del inconsciente como lugar de apertura fundamental, que excede la intencionalidad y la voluntad del Yo. El problema del cuidado individual y de grupo no es sofocar la fuerza amenazante del inconsciente, construir trampas y barreras protectoras a su alrededor. Todo el esfuerzo de Fachinelli consiste, en cambio, en descifrar la existencia del inconsciente como una fuerza que puede reabrir la vida y no como una amenaza de la que tener que defenderse. (Ma-ra-vi-llo-so!!)

La idea del inconsciente como lugar de excedencia ciertamente puede aterrorizar al Yo del obsesivo que quisiera remontar todo a un principio estable de medida, pero no debe enredar al sujeto. El inconsciente como lugar del excedente puede conducir hacia la aniquilación y la muerte exigiendo el fortalecimiento de las defensas, pero también puede conducir hacia la experiencia de una “alegría excesiva” y “desmesurada” (smisurata) que no por casualidad será el punto gravitacional del último Fachinelli.

V. ¿Grupo cerrado o grupo abierto? (aut aut)

Podemos profundizar en la reflexión sobre la pareja cerrado-abierto refiriéndose a una experiencia que Fachinelli cuenta ampliamente en El niño de los huevos de oro. Invitado en la primavera de 1968, en plena disputa estudiantil, en el Instituto Superior de Ciencias Sociales de Trento para participar en un “contracurso” teórico sobre el tema Psicoanálisis y Sociedad represiva, prefiere proponer la experiencia de un “grupo de análisis, con el fin de experimentar en el propio grupo las modalidades de represión, autoritarismo y exclusión”. No hay que pasar por alto esta elección porque revela el estilo de Fachinelli psicoanalista. Si existe la posibilidad de que el psicoanálisis aporte su contribución a la lucha política y a la vida de la ciudad, se refiere ante todo a la defensa de la singularidad de la enunciación. Es por esta razón que Fachinelli se interesa por el fin del líder comunista chino Lin Piao cuyo cuerpo había desaparecido, probablemente asesinado por los fieles de Mao, en un misterioso accidente aéreo. Mientras que la izquierda fundamentalista -de la cual en Grottesche, como veremos, Fachinelli proporciona un retrato irónico y despiadado- desdeña reflexionar sobre esta desaparición considerándola insignificante en comparación con el movimiento de fuerzas en juego -es decir, con respecto a las razones universales de la política-, el psicoanalista mantiene firme su interés por las singularidades contra su evaporación producida por el dominio de la razón abstractamente histórica. Mientras que los comentaristas de izquierda consideran que el caso Lin Piao es sólo un reflejo pálido y superfluo de la lucha política más general entre corrientes internas del Partido Comunista Chino, Fachinelli insiste en querer saber dónde está Lin Piao, cuál es la verdad sobre su desaparición, dónde terminó su cuerpo. El peso anónimo de la ideología parece anular aquí el relieve descompuesto y mínimo de la vida individual. Es la “pasión lívida” que anima a los ideólogos de la Causa -política o psicoanalítica- siempre dispuestos a denunciar a los que se han desviado de la línea como “ex-compañero, desviado, expulsado, traidor, etc”. No es casualidad que una de las tesis más fuertes de Fachinelli sea que el psicoanálisis sea en sí mismo una ciencia anómala precisamente porque, a diferencia de otras ciencias, no está construida sobre modelos generales o estadísticos -sobre criterios universales o generales-, sino solo sobre singularidades. En este sentido, no es una ciencia de las leyes abstractas, sino de los individuos de carne y hueso. Es el derrocamiento del idealismo marxista; mientras Marx en la Capital “declara que se interesa por las personas sólo como personificación de categorías económicas”, Freud avanza la existencia paradójica de una ciencia -la del psicoanálisis- que se configura como una “ciencia del individuo”.

Podemos volver ahora a la experiencia del grupo analítico que Fachinelli propone a los estudiantes del movimiento del 68. No se trata, por tanto, de darles lecciones teóricas sobre lo que significa en general la represión, el racismo, la xenofobia, la intolerancia, el autoritarismo según las categorías del léxico político. En cambio, se trata de caer todos estos conceptos dentro del campo de una experiencia concreta. Inmediatamente se abre entre los participantes una discusión relacionada con el cierre o apertura del grupo en el exterior. Es una discusión imprevista por el propio Fachinelli pero que resulta decisiva. ¿Cómo concebir el grupo analítico? ¿Cerrado o abierto? ¿Reparado a sus miembros o dispuesto a acoger a otros en el curso de su trabajo? Los partidarios del grupo cerrado plantean inmediatamente un problema de identidad. Si un grupo no se cierra, no define sus límites, ¿cómo puede adquirir su identidad? ¿Qué lo definiría? Es una preocupación que parece chocar contra el hecho de que los participantes sean militantes de un movimiento de protesta anti-autoritario y anti-dogmático que invoca políticamente la apertura. Sin embargo, esta discusión, que debía ser preliminar al trabajo del grupo, acaba ocupando gran parte de las discusiones de sus miembros. ¿Qué revela la necesidad sentida por los participantes de cerrar el grupo, de una cáscara defensiva que proteja su identidad, la preferencia otorgada al grupo cerrado?

VI. El fantasma del grupo cerrado

Es interesante seguir en detalle las intervenciones de Fachinelli -que de todos modos se instaló como analista del grupo- en el curso de esta experiencia. En una primera intervención pone en relación el impulso para cerrar el grupo con una angustia primitiva, con un fantasma inconsciente de desintegración:

“Así que el grupo cerrado, ortodoxo por así decirlo, y por otro lado el grupo abierto a los demás... esto parece sentirse como algo que conlleva un riesgo, un peligro de desintegración”

Esta intervención tiene el mérito de revelar a los participantes del grupo el carácter primordial de la pulsión de seguridad; es decir, el impulso a defender sus fronteras para evitar la caída en lo desconocido y lo indiferenciado. No se trata de un efecto de analfabetismo político, siendo los miembros del grupo militantes de extrema izquierda, políticamente cultos, etc. No debemos pasar demasiado rápido sobre este carácter claustral de la pulsión. El último Freud había introducido en el corpus teórico del psicoanálisis la instancia desconcertante del impulso de muerte (Todestrieb): la vida manifiesta una tendencia a su propia aniquilación, a devolver su inquietud ontológica -su excedente- a la mineralidad compacta del inorgánico, del cuerpo muerto. Lo que significa que la vida humana no está naturalmente abierta a la vida; más bien aspira al interior, al encadenamiento, a la propia claustración. Lo recuerda Fachinelli cuando introduce su categoría de “claustrofilia” o “área claustrofílica”. No puede dejar de observar en su experiencia clínica “la intensidad y la fuerza del empuje al claustrum, en el interior”. No es el simple revés de la agorafobia (miedo al aire libre) porque de lo que se trata no es lo contrario del rechazo al abierto, sino de un verdadero impulso pulsional, una tendencia positiva a la “búsqueda de lo cerrado”, una inclinación primaria “al cerrarse, abarrarse, apretarse. Y eso es conforme a la etimología de la palabra. Claustrum en latín significa llave, cerradura, cerrojo y similares.

openclosure

El empuje del impulso de seguridad -la búsqueda del cerrado- pertenece a la forma humana de la vida. Es lo que se puede ver en general en la clínica de la neurosis donde el sujeto, en su “altruismo permanente”, como ha puesto de relieve Lacan, se consagra a satisfacer la demanda del Otro para preservar religiosamente su existencia que lo salva del reconocimiento del carácter absoluto e incondicional de su deseo. Por esta razón, el propio Lacan puede afirmar que sólo el loco es el hombre radicalmente libre precisamente porque no manifiesta ninguna fe religiosa hacia el Otro reivindicando en un solo sentido el carácter errático y anarquista de su libertad absoluta.

Lo que Fachinelli quiere sacar a la luz en su primera intervención sobre el grupo es el vínculo de seguridad entre la defensa de la frontera -cierre del grupo- y la existencia de un fantasma inconsciente de desintegración. No es casualidad que en las intervenciones posteriores el énfasis caiga precisamente en la necesidad de los participantes de afirmar que el grupo es de su propiedad. El grupo quiere ser cerrado porque pertenece a quienes participan en el. Cualquier apertura comprometería en consecuencia la propia finca del grupo, traicionaría su identidad “interna”. En este caso, el principio parece incluso obvio. Pero es en este punto de aparente obviedad que Fachinelli interviene por segunda vez provocando un efecto de desplazamiento:

"Pero esta cosa, ¿debe ser algo absolutamente nuestro, o no? Y estos otros (los exteriores, ed), entonces, ¿qué son para nosotros? Parecen elementos perturbadores, a los que se atribuye una capacidad destructiva del grupo [...] algo nuestro, nuestro en sentido privilegiado, puede ser conquistado por otros y disperso [...] y por lo tanto la tentación, en alguno de nosotros, de renunciar, de no correr este riesgo de traición, de propagación al exterior de algo que debería permanecer en el grupo”

El psicoanalista, con esta segunda intervención, revela el impulso de los participantes para defender su grupo -a cerrarlo- como si fuera su propiedad. Obsérvese que Fachinelli no juzga, no evalúa, no critica. Su intervención es analítica en el sentido más riguroso de la palabra: se limita a tocar el punto de división interno al discurso de los miembros del grupo. No sólo registra los enunciados de los participantes sino que apunta a captar el proceso inconsciente que mueve al grupo que, en este caso, sigue siendo un proceso claustral y de seguridad. Un fantasma de “expropiación” y “traición” prolonga el de desintegración. El riesgo de la apertura sería perder la propiedad del grupo (angustia de expropiación) y no sólo su identidad (angustia de desintegración). Es un punto clave de la lectura psicoanalítica de la dinámica de grupo en general: "Dejar el grupo abierto se tiene la impresión de perder algo precioso. Pero esto de perder algo valioso, este estar expuesto a los enemigos que nos roban, ya es un elemento del análisis de grupo ”. Hay que señalar que fue solo la elección de abrir la discusión en torno a la conformación del grupo - ¿cerrado o abierto? - lo que permitió la aparición de este fantasma inconsciente que de otro modo no habría sido posible sacar “si hubiéramos adoptado desde el principio -dice el propio Fachinelli dirigiéndose a los miembros del grupo- la forma cerrada”.

Los efectos de esta segunda intervención no tardan en manifestarse. Una participante, describiendo su experiencia ante la inquietante posibilidad de una apertura del grupo, utiliza el término “amortiguamiento” para describir la legítima necesidad del grupo de refugiarse hacia el exterior, de mantener su propia “confidencialidad”. La incógnita se encuentra fuera del grupo y, en cambio, la amortiguación preservaría al grupo de la exposición y el impacto con esa incógnita. En juego es lo que la razón psicoanalítica clásica llamaría “setting”. Se trata de proteger la constancia del entorno analítico y su “intimidad”. Es en esta cresta que podemos colocar la tercera intervención de Fachinelli. Eso pretende poner en conexión la reivindicación legítima de la confidencialidad del grupo cerrado con la inquietante figura del extraño:

“Este amortiguamiento del grupo, que tiene un fundamento de realidad, por supuesto, su propia referencia científica, también sirve como medida de aislamiento del resto, de los demás, de los extraños...”

El contexto institucional en el que se sitúa este grupo permite a Fachinelli plantear el problema de una concepción del entorno como cerrado, precisamente, destinado a proteger el derecho a la confidencialidad del paciente e incluir su palabra en un dispositivo normalizado y regulado. Sin embargo, la preocupación de que el grupo se convierta en un espectáculo ofrecido a un público de curiosos sigue viva entre sus miembros. El extraño -es decir, los que no forman parte del grupo- se vive como un trastorno potencial, como un factor de hostilidad. Su exclusión se invoca así como una necesidad vital del grupo, como una forma justa de protección: “El exterior se siente como enemigo y debemos defenderlo”, afirma uno de los participantes.

Pero el elemento clínicamente más interesante es que esta defensa del grupo cerrado se asocia con el problema del código o de los “parámetros”, o si se prefiere, con el discurso sobre la “ortodoxia científica”. Al fin y al cabo, como sostiene la misma razón psicoanalítica clásica, para que haya trabajo analítico es necesario respetar algunos parámetros entre los que se encuentra el de la confidencialidad del entorno que justificaría sin discusión el cierre del grupo. Fachinelli no interviene para problematizar este punto, sino que favorece un deslizamiento discursivo hacia el apego inconsciente de cada uno hacia un código de referencia. Destaca, en otras palabras, la tendencia del grupo al conformismo. La existencia de un código de “reglas empíricas” que oriente la técnica de conducción de grupos analíticos im-pondría, sin ninguna discusión, la regla antes de la confidencialidad, es decir, del cierre del grupo. La naturaleza de la configuración es, de hecho, circunscribir el espacio de la sala de análisis haciendo imposible la presencia de extraños. Fachinelli no cuestiona en absoluto este punto, reiterado por la “ortodoxia científica” del psicoanálisis, pero pretende mostrar cómo en situaciones de incertidumbre y desorientación una de las defensas primarias del sujeto y de cada grupo humano es apelar a la existencia de parámetros y códigos establecidos. Muestra, en otras palabras, cómo el lenguaje puede actuar como defensa contra la experiencia. En estos casos, afirma, dirigiéndose al grupo que vive con gran perturbación la fragilidad del entorno o, mejor dicho, la indeterminación de su identidad, “vemos que el código sirve de medida de seguridad con respecto a un exterior que se siente como algo que nos puede golpear, deshonrar, etcétera, etcétera”. Así que al apelar al discurso de la “ortodoxia científica, en la petición de rigor, también está el temor de que entren los enemigos que nos destruyen”. El problema no es, por tanto, la sensatez o no de la existencia de un código, sino como su ausencia genera pérdida: “queríamos ver cómo nosotros como grupo reaccionaríamos a la falta de uno de estos parámetros, es decir, el número cerrado”.

La reacción de un miembro del grupo es significativa de esta extrema desorientación y de la necesidad de remontar una experiencia de formación a criterios conformistas y normativos:
"Ricci: digo que el análisis de grupo tiene características peculiares, sin las cuales no se hace análisis de grupo, se hace algo más, en definitiva. En este punto podríamos discutir, no sé, de Marcuse, o de poder estudiantil, de estadística... pero me parece que esto no es análisis de grupo, absolutamente...”

La interpretación del psicoanalista no informa en absoluto de esta intervención en el plano de la realidad, sino que apunta a resaltar un nuevo fantasma inconsciente de la dinámica de grupo. El apego al grupo cerrado revela “la demanda de una relación personal con una figura de ... terapeuta, excluyendo a los demás que se sienten como rivales”. De esta manera, Fachinelli engancha a los fantasmas del grupo (desintegración, expropiación, intrusión) al tema del transfert. La “hermandad” de los miembros del grupo no quiere perder el amor exclusivo del padre, por lo que cerrar el grupo significaría evitar el riesgo de compartir este amor. Pero esta entrada en escena del traspaso no puede desarrollarse más porque los fantasmas del grupo se están precipitando hacia una deriva psíquicamente “xenófoba”.

El miedo a abrir el grupo hacia el exterior revela aquí su fantasma más fundamental. Si el exterior se siente como un enemigo, el grupo, en lugar de tener una experiencia sólo teórica del racismo y la xenofobia, se encuentra catapultado a experimentarse a sí mismo como racista y xenófobo. Este es el efecto totalmente analítico y subversivo que sorprendentemente se genera en el grupo:

“Fachinelli (dirigido a Marini): sientes el exterior como enemigo, y propones oponer enemigo a enemigo... es decir, propones militarizar el grupo: una guarida de personas que se arman contra el exterior... Así que una de las razones de la segregación del grupo sería preparar... para disponer al grupo en el plano de lucha hacia el exterior”

Los militantes del movimiento estudiantil encuentran su alma paradójicamente fascista en un vuelco dialéctico que muestra cómo la pulsión xenófoba de cerrar no es sólo un objeto de estudio o una práctica del enemigo político, sino el mismo modo de funcionamiento del grupo (Mier-da!). Por esta razón, Fachinelli pisa la mano en el uso de términos como “segregación” y “militarización”. En juego está la vocación paranoica de todo conjunto humano para defender su terreno del peligro del extranjero. La necesidad de erigir una barrera contra los extraños se convierte en el síntoma xenófobo inesperado del grupo: “Lo extraño, lo diferente, lo concreto, tangible... tenía que ser eliminado, así parecía, para dar paso a un igual cada vez más perfecto”.

La homogeneidad de los miembros del grupo se constituye en oposición a la presencia amenazante del exterior. Estamos plenamente inmersos en lo que la reflexión de Bion codifica como un supuesto básico amigo/enemigo: “escape del extraño y búsqueda del igual”. A esto hay que añadir un último pasaje de discurso. Los miembros del grupo, al aceptar participar activamente en la experiencia del grupo, se pusieron en juego exponiéndose al carácter impredecible de los efectos analíticos de esa experiencia. Al mismo tiempo, sin embargo, la naturaleza “abierta” de esta elección parece traer consigo la imagen de un analista-jefe, líder, riguroso en desenmascarar los engaños subjetivos, implacable en la conducción de la “cura”. La paradoja es que esta “representación lídica anticipatoria” – es la forma en que Freud definió una vez el transferencia – exige que el analista vaya a ocupar el lugar de un padre severo al que someterse y “el trabajo del análisis se vuelve similar, si se puede decir así, a una milicia, a la que la inflexibilidad del analista confiere un aspecto innegable de sacrificio”. Es el corazón de toda psicología de las masas; aquí aparece entonces la última paradoja, quizás la más decisiva:

“En esta visión de dureza obligada ejercida sobre quienes se someten al análisis, parece encontrar un rastro, un contagio, de esa amenaza externa que el análisis cerrado pretendía eliminar”.

La repetición de la transferencia, en este caso, no trabaja para abrir sino para cerrar; reproduce dentro del grupo lo que el grupo tendía a colocar en el exterior. El enemigo interno está obviamente encarnado, bajo transferencia, en la figura del analista que, por tanto, desestabiliza en lugar de alimentar la compacidad imaginaria del propio grupo. El elemento impuro, extraño, se ha arrastrado así, a través de la figura del analista, dentro del grupo. Sin embargo, cada miembro del grupo como “deformado” por los demás puede ser vivido como un fragmento de extrañeza y, por tanto, de “deformidad”. También está claro que el o los que se encuentren encarnando al “extranjero interno” – posición que toca electivamente al analista encarnar – correrán el riesgo de ser identificado en la posición del chivo expiatorio con los efectos agresivos y evacuativos relativos que conlleva esta identificación. Por lo general, el movimiento de aislamiento al que se somete puede dar lugar a comportamientos de autoexclusión -reaccione a los procedimientos de exclusión excluyéndose- o a agregaciones disidentes internas del grupo.

VII. Reabrir la vida

¿Cómo restar la existencia de esta atracción hacia los procesos de cierre y sectarización (la repulsión)? ¿Cómo encontrar un posible principio de apertura? Cuanto más débil y asustado se sienta el grupo, condicionado por los fantasmas de desintegración, expropiación e intrusión, más tiende a apretarse en lugar de abrirse. El acogimiento sobre la propia pureza identitaria siempre señala una defensa contra la alteridad impura del extranjero y su amenaza. ¿En el sabio Grupo cerrado o grupo abierto? La respuesta de Fachinelli presupone el giro de la inclinación paranoica-sectaria a la de la comuna que incluye al extraño no como una amenaza sino como una posibilidad de expansión generativa del campo del grupo. Para utilizar sus categorías, el proceso de sectarización que cada grupo tiende a llevar consigo debe ser contrarrestado por el proceso de “unión” (accomunamento). Para Fachinelli es este proceso el que genera el campo de grupo como campo “revolucionario”, es decir, si me refiero bien a su léxico, capaz de activar profundas transformaciones en los sujetos y en el propio grupo. Si el primer proceso revela la vocación paranoico-securitaria de todos los grupos humanos y consiste en la defensa del carácter ideal de su propio grupo amenazado por el extraño, por los que no forman parte del grupo, el segundo proceso -el de unión- implica la puesta en funcionamiento de una “mente democrática” que se mueve más por integraciones que por escisiones. Mientras que el impulso paranoico-securitario refuerza el carácter ideal del grupo contra toda amenaza externa y contra toda forma de contaminación, el que se orienta hacia la unión supone una representación diferente del extraño que da la vuelta al “reflejo” de seguridad “sentado en la colectividad”; es el paso del “grupo de necesidad” al “grupo de deseo”. Si el primero tiende a ser cerrado y dependiente, el segundo es propulsor y generativo; si el primero coincide con la masa que es, precisamente, la expresión de una identidad cerrada, el segundo se mueve hacia una comunidad sin comunión, una “unidad entre desiguales”; si el primero estructura una relación de dependencia con el líder que asegura a sus miembros el objeto de la satisfacción, el segundo no se centra ni en el líder ni en el objeto, sino en la fuerza de su capacidad expansiva; el grupo de deseo no se centra en el objeto del deseo. Sin embargo, es evidente que no se trata de una simple contraposición, sino de dos tendencias que atraviesan un grupo humano. Es necesario preservar el “grupo de deseo” como una posibilidad inmanente a cada grupo para evitar su sectarización, por lo tanto su cierre paranoico.

La construcción de un Psicoanálisis abierto basado más en la pregunta que en la respuesta, en la que siempre se ha dedicado Fachinelli, debe estar situada en este contexto teórico determinado por la centralidad de la tensión entre cerrado y abierto, entre el impulso securitario y la fuerza del deseo. Para Fachinelli la crítica a la razón psicoanalítica clásica - lo que en este ensayo se define como la “ortodoxia científica” del psicoanálisis- sigue siendo un paso obligado para liberar el propio psicoanálisis del Psicoanálisis. La razón psicoanalítica ortodoxa ha hecho del principio de realidad un principio moral que se confunde “con una llamada al orden” con el efecto de aniquilar cualquier impulso subjetivo, de grupo o institucional, hacia lo abierto. La crítica a esta razón se volverá cada vez más drástica en la obra de Fachinelli para culminar, como veremos, en La mente extática, donde su esfuerzo por llevar el Psicoanálisis más allá de sí mismo, para liberarlo de la tentación de lo cerrado llevándolo hacia el espacio abierto del mar, se vuelve cada vez más generoso y radical.

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